[Este artículo fue editado y publicado en diciembre de 2013 por THE ASSOCIATED PRESS]
Por ALEX OLLER
BARCELONA, España (AP) – 8 de Junio de 2003. Finales de la NBA entre San Antonio Spurs y New Jersey Nets. Juego tres. Emanuel Ginóbili, con el marcador favorable al equipo texano por 78-75 y 1:18 minutos por jugarse, olfatea el destino del balón a manos de Lucious Harris y se lo arrebata al jugador de los Nets: su cuarto robo en 28 minutos de juego, en una hoja estadística que incluirá cuatro asistencias, dos tapones y ocho puntos.
Dos de ellos llegan 35 segundos después, con la bola quemando y en atrevida suspensión sobre el brazo extendido del mejor defensor local, Kenyon Martin, para poner el 80-75 en el marcador, camino de una victoria final de los Spurs por 84-79 que resultaría decisiva para el segundo título de la historia de la franquicia y el primero de Ginóbili, por entonces apenas un novato en la liga estadounidense; aunque laureado internacional argentino con la medalla de plata del Mundial 2002, más un campeonato italiano y la Euroliga con el Kinder Bolonia.
Aceleramos al 16 de junio de 2013. Juego cinco de las Finales contra Miami Heat. Ginóbili, ya todo un veterano de la NBA, seleccionado al Partido de las Estrellas en dos ocasiones, alcanza la ronda final con la necesidad de medir esfuerzos tras una dura campaña regular, la peor en anotación desde su año de novato. Criticado por su falta de puntería en la serie, recupera su mejor versión con una soberbia actuación partiendo de titular por vez primera: 24 puntos y 10 asistencias que le valen el triunfo, 114-104, a San Antonio, a un paso de ganar su quinto campeonato.
Pero en esa ocasión ni Ginóbili ni los Spurs celebraron un final feliz, cayendo en los últimos dos cotejos de forma dramática ante el equipo de LeBron James. El argentino no ocultó la mayor decepción de su carrera en rueda de prensa, aunque tampoco dio señales de rendición y confirmó su apetito por más pelea en julio, cuando renovó por dos temporadas más con la franquicia texana, con la que muy probablemente se retire en calidad de “One Club Man”.
Si el desparpajo de hace 11 años anunció el arribo no oficial de Ginóbili a la élite del baloncesto de clubes, la penúltima firma ante Miami vino a recordar que aún le queda cuerda al nativo de Bahía Blanca, ganador de tres anillos de campeón de la NBA y, como tantos otros deportistas argentinos, competidor insaciable, capaz de superar con su innato instinto ganador cualquier limitación física.
“Es muy temperamental y no le gusta perder. Se pone malo y hace todo lo humanamente posible para tratar de ganar. Se deja el alma en cada juego”, contaba en una de sus visitas a San Antonio Jorge Ginóbili, padre del internacional y que también fue basquetbolista en su país, como sus dos hermanos.
36 años y multitud de lesiones contemplan al cierre de 2013 a Ginóbili, también conocido como “El Narigón” o, como lo apodó en su día su compañero Brent Barry “El Colisión” por su estilo desprotegido, proclive al vuelo sin red y peligroso contacto, a menudo recompensado con jugada de tres puntos, siempre premiado con el reconocimiento y aplauso del entregado público sanantoniano que le conoce simplemente como Manú, con acento final.
El diminutivo, coreado a cada fogonazo del argentino, delata la devoción y apadrinamiento que sienten por él los asiduos del AT&T Center, en especial entre la amplia comunidad latinoamericana que puebla la zona y que se siente profundamente identificada con un deportista zurdo, de talante improvisador, desinhibido y natural, no exento de garra y sacrificio.
“La gente lo ama y admira en San Antonio porque los levanta del asiento con esa actitud valiente, que no regula. Sus actuaciones individuales van acompañadas de logros y, cuando sale, lo asedian… aunque con respeto”, explica desde Mar del Plata, Oscar “Huevo” Sánchez, el entrenador que lo descubrió en su campus de 1988 y convenció en 1995 a sus padres para que le dejaran cruzar el país y debutar en Liga Nacional con el Club Andino de La Rioja. “Lo primero que me llamó la atención fue su juego atrevido y natural, de gran potrero, nada mecánico”, recuerda.
Más allá de sus cualidades sobre la cancha, Ginóbili engancha también por su personalidad, cercana con los suyos y, aunque medida en el contacto, amable y agradecida con sus valedores y fans, a quienes firma religiosamente autógrafos previo a cada juego.
Su lealtad queda patente en su relación con Sánchez, a quien invitó a vivir con él las Finales de 2005 y 2007 en San Antonio. “En sus primeros años no tenían su camiseta en las tiendas, pero en 2005 todo cambió y se agotó”, recuerda “Huevo”, orgulloso, antes de definirle. “Juega como la persona que es: caliente”.
Andrés Nocioni, compañero en la selección albiceleste del también apodado “Manudona” (en alusión al ex futbolista Diego Maradona), coincide en que “su gran salto de calidad llegó en Italia, por anotación y lectura del juego”, y desvela desde Vitoria, donde actualmente juega para el Baskonia de la liga española, que “de joven no aparentaba gran cosa ni proyectaba demasiado, pero siempre tuvo esa raza y capacidad de jerarquía que le permitieron encarar grandes momentos”, subraya el “Chapu”, destacando el tiro ganador ante Serbia y Montenegro en los Juegos Olímpicos de Atenas 2004, saldados con medalla de oro y trofeo al jugador más valioso para Ginóbili.
Casi un año después, en la celebración por su segundo campeonato con los Spurs, Tim Duncan susurraría al oído del bahiense que el MVP de las Finales que le acaban de entregar se lo merecía él.
Nocioni fue solo uno de los seis basquetbolistas argentinos y 24 suramericanos en seguir los pasos del escolta en la NBA y considera que hubo un claro punto de inflexión aperturista tras el exitoso estreno de Ginóbili. “Antes era imposible entrar. Yo tuve la suerte de pertenecer a una generación en que la liga se abrió más a otros países. La gran carrera de Manu será muy difícil de repetir”.
Ciertamente, de entre los demás 46 latinoamericanos, solo el brasileño Nené Hilario y el panameño Rolando Blackman igualan o superan sus 11 campañas dando guerra, aunque el primero queda lejos de sus logros deportivos y el segundo, criado en Brooklyn, sí cuenta cuatro apariciones en el All Star, pero ni un solo anillo de campeón lucen sus dedos.
“Es probablemente el jugador más competitivo que he entrenado en 30 años”, comentó Gregg Popovich en 2005, ya con experiencia en el tutelaje de leyendas como Duncan o David Robinson en los Spurs; mientras Ettore Messina, quien lo tuvo a sus órdenes en Bolonia, lo destaca junto al astro de los Lakers Kobe Bryant como los dos jugadores más inteligentes que haya dirigido jamás.
Tampoco es sorpresa que el ultracompetitivo Bryant, cercano en años y hoy lesionado, le considere uno de sus rivales favoritos: comparten posición en la cancha, alergia a la derrota y, a su manera, fue también pionero, abriendo camino a los jugadores salidos del instituto.
Pero aunque Bryant sume dos campeonatos más y goce de status privilegiado entre los estadounidenses, “Manú” tira de todo un continente en Texas, donde seguirá dando guerra en 2014 con su estilo innegociable: caliente.