[Este artículo fue editado y publicado en julio de 2013 por THE ASSOCIATED PRESS]
Por ALEX OLLER
BARCELONA, España (AP) – Germán Sánchez e Iván García forman una pareja curiosa. Como el resto de clavadistas que participan del mundial de natación, exhiben una rigurosa liturgia de estiramientos, manoseo compulsivo y aparente secado de cuerpo mediante la toalla técnica que les acompaña hasta el último instante de su salto, y posterior ducha antes de volver a centrarse en el siguiente ejercicio, en que todo el proceso se repetirá de nuevo.
La rutina y sucesión de maniobras son la base del entrenamiento y del éxito que ha llevado a estos dos jóvenes mexicanos a asegurar grandes éxitos del deporte de su país, como lo fue la medalla de plata en los 10 metros plataforma sincronizados hace un año en los Juegos Olímpicos de Londres.
Pero Sánchez y García no solo destacan por la limpia ejecución y alto grado de dificultad de sus saltos. La pareja se distingue también por su gran tono vital, de alegre andar y complicidad de miradas. Lo que en México viene a conocerse como “buena onda”.
Lastimosamente para ellos, el trabajo y el sacrificio del último año no se vio recompensado con una nueva presea el domingo en Barcelona, cuando quedaron fuera del podio mundialista en su especialidad, superados en la clasificación por Alemania, que se llevó el oro, Rusia, y China, que partía como favorita.
En una competencia rica en dramatismo y huraña con los mexicanos, la pareja pareció rozar por momentos incluso la victoria ante las bajas prestaciones de los clavadistas chinos; pero erró su penúltimo salto y los asiáticos recuperaron posiciones en un final cardiaco.
El preparador tricolor, Iván Bautista, había alcanzado la cita confiado en la capacidad de sus pupilos pero con un atisbo de incerteza tras el bajón sufrido en la pasada universiada de Kazan, cuando la dupla debió conformarse una medalla de bronce que, dadas las circunstancias, al menos hubiera aligerado algo la pena en Barcelona.
Previo a la final, los ánimos parecían altos al calor del sol mediterráneo, y Sánchez y García ya expresaron su optimismo tras las preliminares de la mañana del domingo, cuando acabaron terceros, a 33.30 puntos de la pareja formada por Cao Yuan y Zhang Yanquan, pero solo 3 por debajo de los alemanes Sasha Klein y Patrick Hausing, eventuales campeones.
“Tuvimos algunos errores, pero también mejoramos otros. Solo hay que estar concentrados para la final. Tenemos amplias posibilidades”, opinaba entonces Sánchez, mientras Garcia se declaraba “tranquilo y confiado” para la tarde.
El tapatío no siempre se tomó las cosas con tanta serenidad, y de su anterior y explosivo temperamento surgió la posibilidad de iniciarse, precisamente, en el deporte en que ha hecho carrera. “Mis papás me apuntaron a clavados porque tenía problemas de conducta cuando estaba en la primaria. Estiraba a mis compañeros del pelo, me peleaba y no podía estar quieto. Decidieron que lo mejor para mí era estar entrenando para andar un poco más tranquilo, tanto en la escuela como en casa. Yo iba para natación, pero vi a los chicos practicando en clavados, y me gustó esa parte de la adrenalina, así que allí me quedé”, explica, en relato similar al de su compañera de selección, Laura Sánchez.
Germán Sánchez, con quien intercambiaba saludo cómplice de puño al término de la clasificación, lo miraba divertido, quizás consciente de que lo que separa a ambos lejos de la piscina les une más aún sobre la plataforma; aunque a él también le atrajera de pequeño el factor riesgo de los clavados. “A mi papá le gustaba este deporte y me llamaba mucho la atención cuando lo veía aventarse en la alberca, así que me animé y luego hacía que él me colocara sobre sus hombros para ganar más altura en los saltos. Fue mi primer entrenador, pues me enseñó a echarme de frente y también mortales”, relataba.
Pero el hijo partía ya con cierta ventaja pues, fanático de la lucha libre, aprendió de bien chico a mimetizar los vuelos de su gran ídolo: el hoy luchador de la WWE ‘Sin Cara’, anteriormente conocido como ‘Místico’, cuyas piruetas en el cuadrilátero fascinaban al hoy medallista olímpico.
Mayormente aficionado al futbol, por el que su compañero no siente afinidad especial, García le va a las Chivas y al Barcelona y explicaba como su primer clavado lo realizó en un recinto menos convencional de los que hoy frecuenta: “Fue jugando en un balneario, con apenas unos tres años, desde un trampolín de dos metros… por eso de la adrenalina”.
A pesar de numerosos golpes y panzazos en sus inicios, Sánchez persistió e, incluso en sus peores momentos en la élite, mantuvo las ganas de seguir compitiendo al máximo nivel gracias al apoyo familiar. “A veces he llegado enojado o llorando a casa porque las cosas no salieron bien, pero siempre me han confortado y me he levantado con ganas de volver a saltar a la mañana siguiente”, revelaba.
García, el único de su apellido en dedicarse a los saltos, espera inspirar con sus éxitos a sus sobrinos para que, algún día, sigan sus pasos en la plataforma. “Hace un año en Londres me di cuenta de que los sueños se pueden hacer realidad. Que lo imposible puede hacerse posible. Sentí lo que era estar en un podio y quería repetir en Barcelona”, apostillaba, sin sospechar entonces el cruel destino que le esperaba en la final.
Felices y radiantes por la esperanza de estrenar el medallero para su país, ambos encontraron un divertido punto común en el instintivo temor materno en cada uno de sus ejercicios. “Mi mamá siempre me pide que me cuide”, contaba García. “La mía reza y cierra los ojos”, reía Sánchez.
Pero los clavadistas insistían en la teoría de los polos opuestos como fuerza centrífuga en su camino hacia la gloria. “Entrenamos juntos y somos muy, muy amigos, pero cuando salimos del entrenamiento cada uno tiene una vida muy diferente. Creo que eso nos ayuda a no aburrirnos y es una de las claves de nuestro éxito”, razonaba Sánchez, a la espera de que la buena onda acompañara al dúo en la final.
Pero, en esta ocasión, no alcanzó y el sueño no se hizo realidad.