[Este artículo fue editado y publicado en junio de 2013 por THE ASSOCIATED PRESS]
Por ALEX OLLER
BARCELONA, España (AP) – Vicente Del Bosque era un futbolista fino y elegante, algo lento de piernas, rápido de mente, técnicamente dotado y desprovisto de la armadura muscular que hoy exhiben sus pupilos en la selección española. Un hombre de andar erguido, melena rebelde y bigote denso, que siempre tuvo pinta de antiguo y bonachón, hoy ya más justificada a sus 62 primaveras.
El timonel que lideró a España a la conquista de su primer Mundial en 2010 y segunda Eurocopa en 2012 tras tomar el relevo a Luis Aragonés destacó antes como jugador que entrenador; aunque los que le conocen aseguran que, ante todo, se trata de una bellísima persona, cercana, inteligente y afable, cuya mayor virtud como técnico parece radicar más en un controlado “laissez faire” que el exceso de celo o intervencionismo.
La fórmula recuerda en parte a la llamada “filosofía zen” aplicada por Phil Jackson en la NBA y parece haberle funcionado a las mil maravillas al nativo de Salamanca, que estudió magisterio con vocación de profesor y cuyo palmarés no admite discusión. A las puertas de disputar con España su segunda Copa Confederaciones, empezando el próximo 16 de junio en la ciudad brasileña de Recife contra Uruguay, figura como el Mejor Entrenador del Mundo en 2012, en premio otorgado por la FIFA.
Del Bosque, quien siempre optó por mantenerse a la sombra de sus futbolistas, acumula dos Ligas de Campeones ganadas con el Real Madrid en 2000 y 2002 y otras dos ligas domésticas como entrenador del equipo blanco. Siendo futbolista, ya acaparó cinco campeonatos y cuatro copas en la Casa Blanca, donde acumuló 36 años de vivencias desde que un ojeador viniera a ficharlo a su Salamanca natal.
Hijo de ferroviario sindicalista y de la posguerra española, aprendió desde joven a navegar aguas turbulentas con calma y dignidad, y el tiempo se encargó de curtir su espíritu con los golpes que da la vida, a los que suele responder citando a William Shakespeare: “Todo lo que sucede conviene”.
Tan solo su poco honrosa salida del Madrid dejó entrever en él un insólito resquemor. No en vano, el despido se produjo en un pasillo de forma atropellada y nada menos que un día después de la conquista de su segunda liga.
El presidente entonces es el mismo que ahora, Florentino Pérez, quien arguyó al supuesto desgaste del “librillo” de Del Bosque como argumento principal para el relevo. “Es muy tradicional, buscamos algo más moderno. No es el entrenador ideal para el futuro del Real Madrid”, espetó el poderoso empresario.
Desde entonces han desfilado una decena de entrenadores por el banquillo “merengue” con balance de siete títulos; el mismo número que consiguió Del Bosque en sus cuatro temporadas al timón. El último en salir fue José Mourinho, antítesis en cuanto a manual de estilo y supuesto paradigma de la modernidad que perseguía Pérez. El portugués, quien obvió de mala manera los éxitos del actual seleccionador en múltiples ocasiones, se fue con la Supercopa de España, la liga y la Copa del Rey, pero se quedó corto en Europa.
Ajeno a las batallas de camerino, Del Bosque no dudó en rescatar al arquero Iker Casillas del ostracismo al que le sometió Mourinho en su última campaña en Madrid, y convocó al capitán de la selección para disputar la Copa Confederaciones. “Es uno de los nuestros y busco gente ilusionada y comprometida” justificó.
El torneo internacional falta en las vitrinas de “La Roja” y ofició en su día de agridulce debut del salmantino en su edición de 2009, cuando el combinado ibérico acabó tercero tras perder sorpresivamente en semifinales ante Estados Unidos. El discurrir tranquilo de Del Bosque no esconde un carácter ganador dentro de los límites del sentido común, más visible cuando se le menciona al ex organizador blanco la final de la vieja Copa de Europa perdida ante el Liverpool en 1981.
No cabe duda de que le ha acompañado cierta dosis de fortuna desde entonces, pues solo ha perdido una final, la copa en 2002, e incluso en la conquista de “La Novena” se topó con una gran actuación de Casillas, quien solo ingresó de suplente tras lesionarse el arquero titular, César Sánchez.
Se supone que tampoco existe mayor lotería en el fútbol que la tanda de penaltis, y Del Bosque ha salido airoso de dos prórrogas y un desempate desde el punto de la pena máxima para levantar dos copas internacionales con España. En la tanda, en semifinales de la Eurocopa de 2012, saldó un cambio de parecer con Cesc Fábregas sobre si debía lanzar el segundo o el quinto penal con un lacónico “no vamos a discutir por eso”, resuelto en favor del jugador y gol decisivo para los intereses de ambos. La suerte existe, pero también es cierto que Del Bosque sabe buscarla.
Fiel a los valores de señorío que le reforzaron Don Santiago Bernabéu y su entrenador, Luis Molowny desde que ingresara con 16 años en el Madrid, así como a ese librillo que subraya el cariño al jugador por encima de las exigencias, ha sabido, cuanto menos, sacar provecho de una generación dorada con futbolistas de la talla de Xavi Hernández, Andrés Iniesta, Xabi Alonso o Fernando Torres.
Como buen maestro, se ha mostrado también leal a sus discípulos, apostando por la continuidad y la cohesión del grupo en su última convocatoria, y tampoco es casualidad que los futbolistas de Barsa y Madrid, tan enfrentados en los últimos clásicos, encuentren un clima de cierta hermandad bajo su tutela.
Su gran e infravalorado mérito ha sido no estropear lo que otros hubieran seguramente alterado, pero sin temor a tomar decisiones poco populares, como jugar sin ariete clásico cuando Torres andaba lejos de su mejor nivel, o incluso prescindir de Raúl González, el preferido de la prensa capitalina, cuando intuyó que el ídolo madridista encaraba la curva descendiente de su carrera.
Hombre culto, amante del boxeo, los toros y las complicaciones justas, ha conocido las canchas de tierra y la hierba sintética, la victoria y la derrota, el dolor y la alegría, así como un éxito sin paragón en el fútbol español. Es Del Bosque, un señor entrenador con aires de antiguo profesor.