Hará cosa de tres años, ejerciendo de supuesto enteradillo del mundo NBA, un compañero de trabajo me resumió el contento del habitual consejo de redacción matutino.
“Ha dicho fulanito que estaría bien escribir algo sobre Marc Gasol, que lo está haciendo muy bien en la NBA”, transmitió.
“Eso no es indicador de lo bien que está Marc, si no de lo mal que está la NBA”, zanjé con aire de perdonavidas, al tiempo que estrellaba mi tabaco de mascar en la escupidera del rincón a lo Clint Eastwood.
Bueno, más o menos así lo imagino.
Lo que no recuerdo, por desgracia, es el nombre del susodicho fulanito para expresarle mis más sinceras disculpas.
Resulta que, pasados tres cursos y medio desde esa temporada de novato, nuestro estimado Marc, el hermano pequeño (y gordito) del venerado Pau Gasol, está a punto de participar en el primer fin de semana de las estrellas en condición de actor principal. Es decir, como un Señor All Star de tomo y lomo, votado por los propios entrenadores, que se supone son los que entienden de esto.
Y aquí ando yo, con los recuerdos de mis estúpidas fanfarronadas a cuestas.
Moraleja A: Soy un melón.
Moraleja B: A veces más vale fijarse en lo que puede hacer un deportista que en lo que no puede hacer.
Es un mal común entre los analistas. Y la mejor prueba es Marc: antes siquiera de pisar un parqué de la NBA, ya lo habíamos descuartizado entre todos.
En el All Star de Houston 2006, precisamente el primero que jugó su hermano Pau, no había quien diera un duro por el futuro de Marc.
-“Está demasiado gordo”.
-“No salta”.
-“No sabe qué hacer con la pelota en las manos”.
-“Dusko (Ivanovic) le hará llorar en el Barça”.
Y no estamos hablando de listillos que escriben un blog de tarde en tarde como yo, sino expertos reputados. Gente de amplio recorrido en el mundo del baloncesto, con mili en patios de jesuitas, pabellones griegos, Juegos Olímpicos y Finales de la NBA.
Pues el “hermano gordito” nos ha callado, poco a poco y uno a uno, a todos.
Como Beatriz Kiddo en Kill Bill I&II, Marc ha ido puliendo su espada Hanzo y decapitando a los no creyentes. Sin prisa pero sin pausa ni piedad.
Vean, si no, sus estadísticas desde que fuera elegido por los Lakers en tardía segunda ronda del Draft de 2007 y posteriormente traspasado a Memphis junto a Kwame Brown, Javaris Crittenton y una foto firmada de Jack Nicholson (se rumorea que el autógrafo ni siquiera era del propio Jack) a cambio de su hermano Pau:
TEMP MINS PTS RBTS ASTS TPS
08-09 30.7 11.9 7.4 1.7 1.1
09-10 35.8 14.6 9.3 2.4 1.6
10-11 31.9 11.7 7.0 2.5 1.7
11-12 38.1 15.0 10.1 3.1 2.2
TOTAL 33.3 12.9 8.1 2.3 1.5
¿No está mal como moneda de cambio de Pau, no?
Al ritmo que va, Marc pronto podría cambiar la etiqueta de “traspaso más desequilibrado de la historia” (el entrenador de los Spurs, Gregg “Cascarrabias” Popovich, incluso insto a la NBA a vetarlo) por la de “traspaso bastante satisfactorio para todos los implicados”. Si es que no la ha cambiado ya.
Y en su única temporada en Playoffs, las prestaciones se elevaron:
TEMP MINS PTS RBTS ASTS TPS
10-11 39.9 15.0 11.2 2.2 2.2
Las cifras revelan un constante progreso, salvo en la pasada campaña. Casualmente la mejor de la historia de los Grizzlies, que lograron con Marc lo que nunca hicieron con Pau: alcanzar unas semifinales de Conferencia Oeste en una postemporada para el recuerdo, con el dorsal 33 como piedra angular.
No lo hizo solo, desde luego, y el bajón estadístico tiene explicación en la consolidación de Zach Randolph como referente ofensivo de la franquicia. Llegado a Memphis la campaña anterior, el ala-pívot fue una auténtica bestia y, junto a Marc, formó el tándem interior más consistente y tenaz de los Playoffs.
Hasta quedar varado a orillas del Mississippi, “Z-Bo” había sido otro tipo de bestia, de bastante peor calaña en la NBA. Pero en el pequeño de los Gasol encontró un aliado, un compañero de trincheras sin ansias de protagonismo pero hambre de títulos. Un campeón del mundo con alma de currante, dispuesto a sacrificar sus números por el bien del equipo.
Y así escribieron una de las historias más improbables de los Playoffs. Randolph, el bala perdida, todo talento y cero cordura, junto al patito feo del linaje Gasol, dominando la pintura ante los rocosos Spurs y despeinando sin complejos a la nueva niña bonita de la liga, Oklahoma City Thunder.
Los números, en verdad, no reflejan del todo el impacto de Marc sobre el parqué. Incluso parecen escasos para un All Star. Es por ello que decidí ver esta madrugada el partido de los Grizzlies contra los pujantes 76ers, previo al fin de semana de las estrellas.
Y hay reconocer que, si de elegir a los mejores se trata, el pívot pasa con nota la prueba del algodón.
Insisto: sus 15 puntos, 14 rebotes, cinco tapones y siete asistencias no lo dicen todo. Es la manera en que el plantel, poco a poco, ha ido adoptando la personalidad de Marc, dejando a un lado las frivolidades para picar piedra noche sí y noche también, hasta poder tumbar a cualquier rival.
Es verdad que Philadelphia se presentó sin Elton Brand ni Spencer Hawes, bajas sensibles bajo los aros, pero Marc tampoco dio opción a sus sustitutos y estuvo en todas, dirigiendo el ataque de su equipo y acudiendo a las ayudas defensivas sobre Andre Iguodala, Evan Turner o los eléctricos Jrue Holiday y Louis Williams.
Los 76ers, habituados a mimar el balón desde la llegada de Doug Collins al banquillo, cometieron 14 pérdidas y solo encestaron el 36.5% de sus tiros.
En un equipo aún demasiado irregular, Marc fue el ancla a ambos lados de la cancha con el 17mo doble-doble de su carrera y ejerciendo las labores de base mejor que el propio Mike Conley Jr.
Y todo sin la ayuda de Randolph, al que los Grizzlies esperan recuperar tras las festividades en Orlando.
Previsiblemente, los números de Gasol vuelvan a su cauce con el retorno de “Z-Bo”. Pero, para entonces, el catalán estará de vuelta de su primer All Star, igualando en galones a su talentoso compañero.
¿Han oído?
“All Star”, repito, arqueando la comisura de los labios hacia la escupidera.